1987 |
He de
reconocer que ni este disco, ni Ánthrax, eran santo de mi devoción
en su época. Habiendo escuchado temas de sus trabajos con Neil
Turbin en su momento, y luego su “Spreading The Disease”, decidí
que eso no era para mí. Craso error. A todo, y esto es extensivo a
casi todos los aspectos de la vida, hay que darle una segunda
oportunidad. Y yo, afortunadamente, se la dí. Creo que en realidad
hago honor a ese refrán que anda por ahí y que reza “cuánto más
viejo, más pellejo”.
Así que,
en mi proceso de radicalización, redescubrí a estos pájaros. No
fue difícil, mi hermano se encargó de machacarme a base de bien con
este artefacto que nos ocupa, así que fue como visitar a unos viejos
conocidos. Todos los temas me sonaban.
“Among
The Living”, aunque es un disco de trash-metal, lo considero como
un trabajo más bien oscuro. Ya desde la inquietante portada, con ese
individuo que recuerda bastante al reverendo de “Poltergeist II”.
Es afilado, sibilino, acuchillante…. rápido y urgente, pero
también siniestro en gran parte de su metraje.
Con un tema
emblemático en la discografía de los neoyorquinos, “Caught In A
Mosh”, que contiene en sí mismo todo lo que esta banda ha sabido
dar en toda su discografía e historia. El mejor resumen de su
carrera.
E
himnos como lo son también “Indians” o “I Am The Law”, aún
obligatorios en sus set-lists. Estamos hablando de uno de los mejores
trabajos de metal de los ochenta, con un cantante, Joey Belladonna,
que despuntaba en su anterior trabajo, pero que en éste toma un
protagonismo apabullante. Nadie se acordaba ya del mencionado Neil
Turbin.
Mención
aparte para uno de los mejores baterías que pululan por el metal,
injustamente olvidado en esos ránkings de mejor golpeador metalero:
el simpático Charlie Benante, un tipo que tiene el culo pelado de
tocar no solo en Ánthrax, sino en cualquier proyecto metálico que
se le proponga.
Y muchos
mensajes políticos encubiertos, como por ejemplo, esa burla que
hacen de la Liga de Fútbol Americana, la NFL, con ese tema llamado
“Efilnikufesin” (Nice Fuckin’ Life). O la mencionada,
“Indians”, y su crítica sobre los excesos cometidos con la
nación india norteamericana. No se cortan para nada estos chicos.
Es
realmente meritorio que un personaje como Scott Ian, el verdadero
alma de esta banda, haya sabido manejar a estos tipos durante tanto
tiempo, y habernos obsequiado con trabajos tan espectaculares como el
que nos ocupa.
Nunca es
tarde para descubrir a esta gente, sobre todo ahora, que parecen
estar viviendo una segunda juventud, de nuevo con Belladonna en sus
filas.
Ritchie Moreno
1995 |
Un trabajo
que empieza con un sonoro “puuuuuto”, como es lo que parece decir
John Bush al comienzo del disco, ya te va avisando de lo que se te
viene encima.
Furioso.
Rabioso. Con muy mala leche.
¿Qué les
ocurre a estos tipos? ¿Quién les debe tanto dinero? Fue lo primero
que pensé al escuchar este trabajo. Joder, el anterior “Sound Of
White Noise” ya acumulaba bastante mala baba, pero es que aquí se
desborda. ¿Dónde se quedaron las bermudas y el cachondeo de “Bring
The Noise”? Parece ser que, con Bush, se acabó ese cachondeo, para
meternos a ser una banda de metal más que contundente.
Dan Spitz,
el pequeño pero efectivo guitarra solista, había abandonado el
barco, quizá temiéndose la avalancha que se avecinaba. Tampoco es
que se note mucho su ausencia. Nos dedicamos a la cera pura y dura, y
nos dejamos de tanto solo. Pero, vamos, que si hay que hacer alguno,
ya tenemos a compinches que nos ayudan, como el malogrado Dimebag
Darrell.
Bush se
hace dueño absoluto del cotarro. Su exhibición vocal apabulla, esa
rabia con la que entona estas metálicas letanías acojona bastante.
A este tipo es conveniente no cabrearle.
La primera
“Random Acts Of Senseless Violence” (actos aleatorios de
violencia sin sentido) es uno de los temas con más mala leche que he
oído nunca. El título lo dice todo. Perfecta para ir a trabajar un
lunes por la mañana, y que se haya acabado el café.
Pero
es que “Fueled” y “King Size” nos siguen cabreando. No hay
tregua en la primera mitad del disco, los cuatro primeros temas son
apabullantes.
“Perpetual
Motion” baja ya un poco el listón, y nos acerca un poco a los
Ánthrax de Belladonna, y “In A Zone” ya es un poco más cercana
a “Sound Of White Noise”.
Con
“Nothing” nos acercamos a terrenos un poco más comerciales y
asequibles, y “American Pompeii” nos desvela unos Ánthrax más
hard rock que trash-metal.
Para el
final dejamos la sorpresa…. “Bare”. Una balada ¡!!! Esto si
que no se lo esperaba nadie. Pero, amigos, prueba superada.
Deliciosa, sin ninguna duda. Una instrumentación minimalista, y un
Bush que descubre que, detrás del tío rabioso y furioso, hay un
cantante de verdad.
Una
promoción desastrosa por parte de la discográfica dio al traste con
cualquier atisbo de éxito que este disco pudo tener, que debería
haber sido mucho. De hecho, hay seguidores del grupo que ni siquiera
saben de la existencia de este trabajo. Lamentable.
Somos
muchos los que pensamos que con Bush esta gente eran toda una
superpotencia, y todavía albergamos alguna esperanza de que
recuperen algún día a este fantástico vocalista. Mientras ese día
llegue (que llegará), pincharemos una y otra vez este pepinazo de
disco.
Ritchie Moreno
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